Abadía en el robledal. Un sublime paisaje de Caspar David Friedrich

Cierra tus ojos corpóreos para poder ver tu cuadro con los ojos del espíritu,
 y haz surgir a la luz del día lo que has visto en las tinieblas.
(Caspar David Friedrich)

Abtei im Eichwald (Abadía en el robledal) es un óleo sobre lienzo realizado entre 1809 y 1810 por el artista romántico alemán Caspar David Friedrich (1774-1840). Es un paisaje, temática favorita del pintor, en el que aparecen tres de sus principales leitmotivs: las ruinas históricas, los robles y la Muerte.

El cuadro se divide en dos niveles mediante una línea horizontal de niebla, el inferior oscuro y el superior con mayor claridad. En contraposición a esta horizontalidad se disponen una serie de árboles, en concreto robles, y las ruinas góticas de una abadía, que emergen desde la tierra oscura elevándose hasta la claridad del cielo. La disposición de unos monjes en diagonal, accediendo a las ruinas, dinamiza la sección inferior de la obra. Dichos monjes, tras dejar atrás una tumba abierta en el cementerio, portan un féretro al interior de la abadía, bajo cuyo arco se dispone un enorme crucifijo.
En el cortejo fúnebre y la sepultura abierta está presente el tema de la Muerte, con la que Friedrich llevaba conviviendo desde su infancia: en 1781 fallece su madre Sophie Dorothea; un año más tarde su hermana Elisabeth muere de viruela; en 1787 su herman Johann Christoffer se ahoga al intentar salvar a Caspar David, quien se había hundido bajo el hielo; y en 1791 su hermana Maria es víctima del tifus. Incluso el propio pintor se intentó suicidar hacia 1801. Posteriormente, en 1809, mientras Friedrich trabajaba en la obra aquí estudiada y en Der Mönch am Meer (Monje junto al mar), fallece su padre Adolf. De todos estos hechos se comprende la importancia y protagonismo que la Muerte tiene en sus obras.
Las tumbas de los antiguos héroes (1812)
Las ruinas de Eldena (1825)
Las ruinas góticas se corresponden con las de la abadía cisterciense de Eldena, cerca de Greifswald, lugar de nacimiento de Friedrich, construcción derruida que el artista representará varias veces a lo largo de su vida. Es una alusión a la Edad Media, época cristiana por excelencia, exaltada en el Prerromanticismo y Romanticismo. Este entusiasmo por lo medieval fue transmitido a Friedrich por sus profesores de la Academia de Copenhague, donde había estudiado entre 1794 y 1798, entre los que se encontraban Nicolai Abraham Abildgaard (1743-1809), Jens Juel (1745-1802), Johannes Wiedewelt (1731-1802) y Christian August Lorentzen (1746-1808).
Roble en la nieve (1829)
Los robles, árboles alemanes por excelencia, aluden a la época precristiana, cuando simbolizaban la inmortalidad, conectando Cielo y Tierra.
Friedrich era un hombre profundamente religioso, hijo de un estricto luterano, y desde ese punto de vista se puede interpretar este cuadro como símbolo de la esperanza en el Más Allá, en la vida eterna, a través de la religión. De entre los robles paganos del cementerio surge la abadía cristiana, en la que se introduce el cortejo fúnebre, dejando atrás la Oscuridad y la Muerte del mundo terrenal, para acceder a la Claridad celestial, al Más Allá, a la Inmortalidad.
Esta interpretación religiosa es la más habitual, pero también se puede dotar a esta obra de un sentido político. El conjunto de las ruinas medievales con el robledal precristiano simbolizaría el glorioso pasado alemán, serían símbolos patrióticos. Friedrich hacía gala de un compromiso político y patriótico que surgió, al igual que el de muchos de sus compatriotas intelectuales, como reacción a la ocupación que desde 1806 llevaban ejerciendo las tropas francesas de Napoleón en tierras germanas, y que duraría hasta 1814. Así como los monjes se alejan de la tumba abierta para adentrarse en la abadía del robledal, los alemanes y el propio pintor deben dejar atrás la Muerte y la destrucción para abrazar su tradición milenaria, sobre la que edificarán su futuro.
En cualquier caso, es un paisaje sublime, es decir, huye de la representación racional y naturalista para buscar la plasmación de un estado de ánimo o de una impresión emocional que convierta el cuadro en una auténtica obra de arte, según la propia visión del artista: “la tarea del pintor de paisajes no es la fiel representación del aire, el agua, las piedras y los árboles, sino que es su alma y su sentimiento lo que ha de reflejarse”. La temática paisajística le fue introducida por Johann Gottfried Quistorp (1755-1835), su profesor de dibujo en la Universidad de Greifswald, y potenciada tras su mencionada estancia en la Academia de Copenhague, en la que estudió la pintura de paisaje holandesa y recibió clases del también citado paisajista Jens Juel. A esta formación unió la concepción espiritual de la Naturaleza de intelectuales como Friedrich Gottlieb Klopstack (1724-1803) y August Wilhelm Schlegel (1767-1845). Para conseguir estos paisajes anímicos, recurre en su primera época a contraponer unas empequeñecidas figuras humanas frente a la inmensidad de la Naturaleza, como en la obra aquí estudiada. Posteriormente, las figuras humanas tomarán mayor protagonismo a raíz de su matrimonio con Caroline Bommer en 1818 y de llevar una mayor vida social.
Monje junto al mar (1809-1810)
Abadía en el robledal se presentó en la Kunstausstellung de Berlín de 1810, junto a Monje junto al mar, cosechando un éxito considerable. Ambas obras fueron adquiridas por Friedrich Wilhelm III (1770-1840), rey de Prusia. Ubicadas anteriormente en el palacio berlinés de Charlottenburg, desde el 2001 ambas obras pueden ser admiradas en la Alte Nationalgalerie de Berlín.

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