En la sección más oriental de la montaña de Montjuïc, en Barcelona, existía en época medieval una necrópolis destinada a la aljama o comunidad judía residente en la ciudad condal y alrededores, y que daría nombre a la propia montaña, el Monte de los Judíos. Se desconoce la extensión total del cementerio, si bien se considera que limitaría al Sudeste con el barranco del Morrot y se extendería hacia el Noroeste desde el actual Mirador de l’Alcalde ocupando el Tir Olimpic y gran parte de los jardines Joan Brossa.
Área aproximada de la necrópolis judía según la resolución de declaración como B.C.I.N. (Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya núm. 5400, del 15-6-2009) |
Esta necrópolis tiene sus orígenes en el siglo IX, pues hay dos aspectos que así lo indican. En primer lugar, existe constancia documentada de presencia judía en Barcelona en la citada centuria, y una de las condiciones que exigía esta comunidad al gobierno local era que se les garantizase la posesión de un solar para enterrar a sus miembros según la tradición hebrea. En segundo lugar, en un documento de 1368 la comunidad judía de Tortosa defiende el valor de las tumbas de su cementerio, que se hallaba en peligro, equiparando éstas a las de Barcelona, donde, afirma, existían desde hacía más de 500 años, lo que situaría la necrópolis barcelonesa, al menos, a mediados del siglo IX.
Pero la primera mención escrita sobre el cementerio no llegará hasta el año 1091, en una restitución que el conde de Barcelona Berenguer Ramón II (1053-1097) debe hacer efectiva a la Canonjía de la Santa Creu i Santa Eulalia, donde se habla de unas “veteres iudeorum sepulturas”.
Del mismo siglo XI es también la primera referencia documental al Call o barrio judío de Barcelona, el “callem judaicum”. En un principio la convivencia entre hebreos y cristianos era cordial, siendo los judíos especialmente valorados como médicos, y llegando a ocupar cargos públicos como embajadores o recaudadores de impuestos. Esta concordia comenzó a truncarse a raíz del IV Concilio de Letrán, en 1215, que adoptó, entre otras disposiciones contra los judíos, la obligación de llevar marcas distintivas en los ropajes y la separación de las comunidades judía y cristiana. La corona aragonesa fue reacia a aplicar estas normas, pero a lo largo del siglo XIII la presión popular sobre los hebreos fue en aumento, protagonizada por las prédicas de franciscanos y dominicos. Se llegó a afirmar que la epidemia de peste negra en Barcelona fue causada por los judíos envenenando el agua, lo que provocó el asalto al Call y el asesinato de varios judíos el 17 de mayo de 1348. Las intervenciones del rey Pedro IV de Aragón (1319-1387) y el papa Clemente VI (1291-1352) exculpando a la aljama calmaron temporalmente los ánimos, pero a finales del siglo XIV Ferrán Martínez, arcediano de Écija, comenzó un movimiento antisemita que provocó el ataque a la judería de Sevilla el 6 de junio de 1391, iniciando una onda expansiva que llegó a Barcelona, siendo el Call nuevamente atacado los días 5 y 7 de agosto del mismo año y cerca de 300 judíos asesinados.
Este hecho supuso el fin de la judería barcelonesa, pues en 1401 el rey Martín I (1356-1410) establece que Barcelona no vuelva a tener un barrio judío, y también el del cementerio, cuyas matsevas o lápidas funerarias fueron desde entonces saqueadas y empleadas como material de construcción.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX fueron apareciendo esporádicamente matsevas y tumbas, pero fue a raíz de los restos hallados durante la edificación de los pabellones de Tiro de Pichón cuando se decidió llevar a cabo una excavación arqueológica, dirigida por Agustí Duran i Sanpere entre 1945 y 1946, en la que se encontraron 171 tumbas y tres matsevas in situ. Más recientemente, en una nueva intervención dirigida por Xavier Maese i Fidalgo en 2001, se localizaron 557 sepulturas y una matseva.
Estas excavaciones muestran una necrópolis en la que se superponen dos niveles de tumbas, dispuestas linealmente orientadas hacia el Levante, muy próximas unas a las otras, de lo que se deduce que los muertos se enterraban en el orden de defunción, sin seguir vínculos familiares, y que la densidad de enterramientos era muy elevada. La mayoría de estas fosas no están hechas a medida del difunto, el cual se entierra envuelto en el tajrijim, una mortaja blanca que simboliza la igualdad existente entre todos los seres humanos a la hora de la muerte, y mirando al Este, a Jerusalén, siguiendo la tradición judía.
Maese i Fidalgo establece cuatro tipos de sepulturas:
1) Tumbas de cavidad lateral. Empleadas a lo largo de toda la historia del cementerio, es decir, desde el siglo IX hasta el XIV. Consisten en una fosa de dimensiones similares a las del cuerpo, donde se dispone de lado al difunto.
2) Tumbas de corte antropomorfo. Se utilizaron desde los siglos IX al XIII, como mínimo. Habituales también en los cementerios cristianos medievales, presentan planta trapezoidal alargada con encaje trapezoidal o rectangular para la cabeza. Se distinguen dos variantes: con una cubierta de losas colocadas en horizontal sobre el difunto o sin esta protección pétrea.
3) Tumbas de bañera. Fechadas entre los siglos XII y XIV. Son de planta ovalada, y al igual que las antropomorfas pueden presentar cubierta de losas o estar sin ellas.
4) Tumbas de ataúd. Son las más modernas del cementerio, empleándose en los siglos XIII y XIV. Su planta es trapezoidal o rectangular y en ellas se enterraba al difunto dentro de una caja de madera.
En junio de 2006 las comunidades judías catalanas solicitaron a la Generalitat de Cataluña que el cementerio fuese declarado Bien Cultural de Interés Nacional para que se convirtiese en un espacio protegido, considerando su carácter sagrado, y que de este modo se pudiese cumplir el kavod ha met o respeto a los muertos de la tradición hebrea. Así, tres años más tarde, el 2 de junio de 2009, la necrópolis fue declarada B.C.I.N.
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