La iconografía de la Adoración de los Magos en la Edad Media

El tema de la Epifanía o Adoración de los Magos aparece representado ya desde época paleocristiana, siendo muy popular a lo largo de la Edad Media. Simboliza el comienzo de la Fe cristiana, pues en esta representación se busca manifestar la divinidad de Cristo y su reconocimiento por los gentiles ante los que Jesús se muestra como Mesías universal. Es esta la primera Teofanía, manifestación de Dios encarnado a los hombres, a la que seguirían el Bautismo de Cristo y las bodas de Canaa.
Adoración de los Magos del Codex Bruchsal (1220)
Las fuentes literarias para su elaboración iconográfica fueron el Evangelio de Mateo (c. 80) y evangelios apócrifos como el Protoevangelio de Santiago (siglo II), el Evangelio del Pseudo Mateo (siglo IV), el Evangelio Armenio de la Infancia (siglo VI), el Evangelio Árabe de la Infancia (siglo VII), y el Liber de Infantia Salvatoris (siglo IX).
Los personajes principales de este tema son la Virgen María con el Niño y los magos, apareciendo también con habitualidad José, si bien no es necesario para la interpretación de la escena, por lo que se le considera un personaje secundario.
Isis con Horus
La Virgen se muestra sedente y a menudo entronizada, siguiendo la iconografía imperial romana, siendo al mismo tiempo Theotokos y Sedes Sapientiae, con el Niño en su regazo. Este antiquísimo modelo iconográfico del hijo en el regazo de su madre está presente ya en los primeros testimonios arqueológicos proto-históricos de Mesopotamia, Egipto o la Creta minoica; temas paganos como Isis amamantando a Horus sirvieron de modelo a los primeros artistas cristianos. Siguiendo la exégesis patrística, lo que se contemplaría en presencia de María con el Niño es la imagen de la Iglesia o templum Dei. Pueden presentar un tamaño ligeramente mayor al resto de las figuras, marcando la superioridad jerárquica. El Niño suele aparecer representado ya con dos años, pues es a esa edad cuando los magos llegan a adorarle, según el capítulo XVI del apócrifo Evangelio del Pseudo-Mateo: “Después de transcurridos dos años, vinieron a Jerusalén unos magos procedentes del Oriente, trayendo consigo grandes dones”.
Epifanía en las catacumbas de los santos
Pedro y Marcelino, Roma (siglo IV)


Protagonistas principales son también los magos. La palabra “mago” proviene del persa mogu o maga, que significa astrólogo, y así eran considerados tanto en el Evangelio de Mateo como en los primeros apócrifos. Para destacar su dignidad, Tertuliano (c. 160-230) los consideró reyes en su obra Adversus Marcionem (c. 208), basándose en el capítulo 60, versículo 3, de Isaías ("Las naciones caminarán hacia tu luz y los reyes hacia la claridad de tu amanecer"), el versículo 30 del Salmo 68 (“A causa de tu Templo, que está en Jerusalén, los reyes te presentarán tributo”), y los versículos 10 y 11 del Salmo 72 (“Los reyes de Tarsís y las islas traerán tributo. Los reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos; todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones”). Así, mientras que en época paleocristiana y prerrománica se les representaba ataviados con el gorro frigio y pantalones anaxyrides, a la manera persa, poco a poco se fueron imponiendo los atributos regios como la corona y el manto. Pueden aparecer calzados con espuelas, alusión a su carácter de peregrinos.
Mosaicos de San Apolinar Nuovo,
Rávena (siglo VI)
No hay alusión alguna al número de magos en el Evangelio de Mateo ni en los primeros apócrifos, llegando a elevarse a 60 en algunas tradiciones orientales. Finalmente su número quedó establecido en tres, según Louis Réau en su Iconografía del arte cristiano, por razones bíblicas, litúrgicas y simbólicas. En primer lugar, en el evangelio mateíno se mencionan tres clases de regalos: oro, incienso y mirra, resultando sencillo el asignar un personaje a cada presente. En segundo lugar está la tradición de las supuestas reliquias de los magos, correspondientes a tres cuerpos, que en 1164 se trasladaron a la catedral de Köln, procedentes de San Eustorgio de Milán. Por último, está el carácter simbólico del número tres, que dará lugar a diversos significados: la Trinidad, las tres edades del hombre, los tres continentes conocidos (África, Asia y Europa), y las tres razas del mundo (descendientes de Sem, Cam y Jafet, los hijos de Noé). 
Bendicional de Regensburg
(c. 1030-1040)
Sus nombres se mencionan en el capítulo V del Evangelio Armenio de la Infancia: “Melkon, el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios; y el tercero Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”. En el Liber Pontificalis Ecclesiae Ravennatis, escrito por Andreas Agnellus de Rávena (c. 805-846) entre 830 y 846, aparecen ya como Melchior, Gaspar y Balthasar, y Jacobus de Voragine (c. 1230-1298), en su Legenda Aurea (c. 1265), afirma que se llamaban “en hebreo Apelio, Amerio y Damasco; en griego Gálgala, Malgalat y Sarathin; y en lengua latina, Gaspar, Balthasar y Melchior”. Respecto a sus edades, éstas quedan reflejadas en un pasaje de las Excerptiones Patrum, obra falsamente atribuida a Beda el Venerable, en el que se considera a Melchor el anciano de largas barba y cabellera canas (“senex et canus, barba prolixa et capillis”), Baltasar el hombre maduro y de piel oscura (“fuscus, integre barbatus”), si bien iconográficamente la representación de un rey negro es una moda impuesta a lo largo del siglo XV, y Gaspar el joven imberbe de tez blanca (“juvenis imberbis, rubicundus”).
Ábside de Santa María de Tahull (siglo XII)
Esta misma fuente informa que Melchor era el que llevaba el oro, Gaspar el incienso, y Baltasar la mirra. Sin embargo, el Evangelio Armenio de la Infancia hace una repartición distinta: Melchor la mirra, Gaspar el incienso y Baltasar el oro. Esas ofrendas, que los magos suelen presentar con las manos veladas en señal de respeto, se pueden interpretar de modo simbólico. Así, los Padres de la Iglesia interpretaron el oro como signum regis, aludiendo al carácter regio de Cristo; el incienso como signum Dei, referente a su divinidad; y la mirra como signum sepulturae, signo de su mortalidad y por tanto de su humanidad. Similar a esta interpretación es la que brinda Don Juan Manuel (1282-1348) en su Libro de los Estados (1330): “por el oro que ofreçieron se entendía que todo el mundo era en su poder, et la su gran nobleza; et por el ençienso se entendía el sacrifiçio que avía de seer fecho del su cuerpo; et por la mirra, que es muy amarga, la amargura de la su muerte”. Otra interpretación es la de Bernardo de Clairvaux (1090-1153), según la cual “los Magos ofrendaron a Cristo oro, para socorrer la pobreza de la Virgen Santísima; incienso, para contrarrestar el mal olor que había en el establo; y mirra, para ungir con ella al Niño, fortalecer sus miembros e impedir que se acercaran a Él parásitos e insectos”.
Epifanía en el baptisterio de Pisa
(1260), obra de Nicola Pisano
En época paleocristiana los magos llevaban ofrendas marchando en procesión hacia María y el Niño, tomando la iconografía romana de la ceremonia del Triunfo, en la que los pueblos sometidos portan su tributo al vencedor. El arte bizantino adoptó el rito persa de la proskinesis o prostratio, que consiste en que el súbdito se inclina hasta el suelo ante su soberano. En Occidente se optó, a partir del siglo XII, por la genuflexión del primer mago, imitando el homenaje feudal del vasallo a su señor. En ocasiones los magos llegan a quitarse su corona. A finales del siglo XIII surge un nuevo tipo en el que el primer mago besa el pie del Niño, basándose tal vez en la obra contemporánea Meditationes de Vita Christi del Pseudo-Buenaventura: Entonces besaron los pies del niño Jesús, con reverencia y devoción”; si bien ya en el Liber de Infantia Salvatoris se dice que cada mago “va besando por separado las plantas del infante”. En resumen, se pueden apreciar en los Magos dos aspectos: adoración y ofrecimiento.
Fresco de la Adoración de los magos en la capilla
Scrovegni de Padua (1306), obra de Giotto di Bondone
Vinculada a los personajes principales está la estrella, mencionada ya en el Evangelio de Mateo (“la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño”), que puede aparecer representada físicamente o sugerida por la señalización hacia el cielo de uno de los magos, gesto que Emile Mâle considera influencia del drama litúrgico. Es el símbolo de la gracia que cae sobre la Virgen o de la revelación a todos los pueblos. En el citado Liber de infantia Salvatoris se dice que la estrella “significa que la estirpe de Dios reinará en la claridad del día”, y también se la define como la palabra de Dios.
Tímpano de la Liebfrauenkirche de
Frankfurt (1420), obra de Madern Gerthner
Como se ha indicado anteriormente, a modo de secundario aparece frecuentemente representado José. Puede mostrarse de pie o sedente, apoyándose en su bastón, y en algunos ejemplos con el sombrero cónico característico del pueblo judío. En cuanto a su actitud, en algunas ocasiones se aleja de la Virgen y el Niño, simbolizando que él no es el verdadero padre, dándoles la espalda mientras guarda los regalos de los magos, y en muchas representaciones apoya una mano en su rostro, gesto que simboliza la duda acerca de su paternidad.
Para finalizar, cabría hacer mención a elementos que en ocasiones complementan la escena de la Adoración de los magos. Así, pueden aparecer ángeles, enfatizando la divinidad del Niño; los caballos de los magos, aludiendo a su condición de peregrinos; el donante o donantes que encargaron la obra; santos, normalmente vinculados al lugar donde se dispone la representación; los camellos de los magos, provenientes del versículo 6 del capítulo 60 de Isaías (“Multitud de camellos te cubrirá, dromedarios de Madián y de Efa, vendrán todos los de Sabá; traerán oro e incienso, y publicarán alabanzas de Jehová”); el buey y el asno, mencionados en el capítulo XIV del Evangelio del Pseudo-Mateo (“Allí reclinó al niño en un pesebre, y el buey y el asno le adoraron”) para enlazar el nacimiento con las profecías de Isaías (capítulo 1, versículo 3: “El buey conoció a su amo, y el asno el pesebre de su señor”) y Habacuc (“Te darás a conocer en medio de dos animales”); el cortejo de los magos como reyes, que puede ser desde un solo paje hasta enormes comitivas; u otras escenas bíblicas que enlazan narrativa o simbólicamente con la Epifanía, como la Anunciación o el Pecado original de Adán y Eva.

1 comentario:

  1. Excelente, buenos datos, trataré de corroborarlos para asumirlos como verdaderos.

    Gabriel Rodríguez Torrejón
    Historiador del Arte UNMSM

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